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Ryszard Cieślak. Ecce Homo

Por Gustavo Emilio Rosales



Tras pelear fiero combate contra un cáncer de pulmón, hace un cuarto de siglo, falleció en un hospital de Houston el único actor que ha logrado dejar esta existencia enmarcado en condición de santidad.
            El actor santo. El actor santificado. El Performer sagrado. El actor de Grotowski. El intérprete que te congela la sangre incluso ahora, cuando consigues mirar el antiguo video –edición tenazmente rescatada- de su actuación como El Príncipe Constante. El enigmático actor que desempeña el papel del rey ciego, Dhritarashtra, en las versiones –teatral y cinematográfica- del Mahabharata, bajo la dirección de Peter Brook. Quizá por el facilismo de instaurar epítetos en vez de nombres propios o quizá porque los nombres en polaco no son fáciles de pronunciar y mucho menos de escribir, son estas etiquetas las se han usado hasta el hartazgo para hacer referencia a la creación del actor principal del Teatro Laboratorio. Pocas veces se pronuncian las palabras con las que su director principal lo definió: “Ryszard Cieślak, un actor creativo, que procede de la misma manera en que un gran poeta escribe o en que Van Gogh pintaba”.

Tensión, un horizonte.
Flaco favor le hizo Grotowski a Ryszard Cieślak, en particular; y al resto de los integrantes del Teatro Laboratorio, en general (y a sí mismo, también, por supuesto), al instaurar con vehemencia el ideal de santificación dentro del teatro. Se trató de un yerro que el propio Grotowski trató de enmendar en los años que siguieron a la publicación de Hacia un teatro pobre (1970), el libro con el que transformó el paradigma del montaje teatral y de sus procesos artesanales, encauzándolos hacia la vía del autoconocimiento práctico que el propio autor había profesado desde su primera juventud dentro de las escuelas del Cuarto Camino de Gurdjieff.
            Grotowski buscaba trascender la finalidad estética del acto creativo, para volver hacia el origen del mismo –la enunciación de una autonomía existencial- en la ruta circular planteada por la Gnosis (sales desde tu hogar para viajar hacia tu Hogar), y sistematizada por él en un conjunto ecléctico de ejercicios que incluían evoluciones de hatha yoga y meditación ritual, pero que, fundamentalmente, buscaban la precisión en el hacer, para potenciar cada pequeña etapa del camino de la acción en un factor susceptible de generar conocimiento.
            El aura mística, en efecto, sobraba; secularmente este proyecto performático, anclado en la ecuación “el enriquecimiento de los recursos expresivos es directamente proporcional a la economía de utensilios escenotécnicos”, era, per se, una empresa fascinante que trascendió a su era de la mano con las inspiraciones colectivas que suscitaron las revueltas del ’68 en diversas partes del Mundo (en México, El Príncipe Constante formó parte de la programación de las Olimpiadas Culturales, en el citado e infausto año), así como de la inspiración existencialista que nos condenaba, de una vez y para siempre, a la más irredenta libertad.
            El logro de Cieślak fue encarnar, con un virtuosismo por él mismo encauzado, lo que su director denominó “acto total” -la presencia medular de lo Presente; el Ecce Homo, de Nietzsche- en El Príncipe Constante (versión de Słowacki a partir de la dramaturgia original de Calderón). Sin recurrir a malabares emotivos, sin oscilar entre los polos de la ficción y la verdad, Cieślak hizo lo que todo actor debería dedicarse a hacer: hacer, precisamente; esculpir sus energías de modo tal que cada tensión, por mínima que fuese, abriera alguna puerta, trazara un horizonte. Por su parte, Grotowski falló al tratar de que su obra siguiente, Apocalypsis cum figuris, estuviera saturada de esta energía fenomenal: tarde vio que Cieślak había sido y sería el único en alcanzar el ideal del santo laico.
            Terminado el proyecto del Teatro Laboratorio, los ya ex actores de Grotowski comenzaron a nutrir la leyenda negra del cobro correspondiente a los excesos psicofísicos a los que su director los había conducido. Comenzaron a morir o, se decía, a volverse dementes. Cieślak había sido el Mesías en la última creación de su guía y lo volvería a ser ya fuera de su amparo; sería un Mesías leproso. Abandonado por la figura de su Padre artístico, quien se alejó de la creación de espectáculos por ir tras la quimera biológica del cerebro reptil, Ryszard Cieślak cultivó un vagabundeo de bajo perfil por varios continentes, enamorándose progresivamente del alcohol hasta el punto en que el mismo Peter Brook, con el alma en la mano, le amenazó con despedirlo si no dejaba de beber.
            Se sabe que Cieślak tuvo una hija, residente en Polonia; que dio talleres y seminarios en decenas de lugares, siempre atado a una existencia económicamente agonizante; que participó en pequeños papeles teatrales o cinematográficos antes de desembocar al redil de Peter Brook; y que dirigió, sin éxito, obras breves hacia el final de los ochenta. Gracias a una edición en homenaje que la Revista Máscara, bajo la dirección del mexicano Edgar Ceballos, publicó en los noventa, y al contenido de un documental acerca del training grotowskiano encabezado por Cieślak, en el que participan los que en aquel entonces eran jóvenes actores de la troupe de Eugenio Barba, conocemos la profunda e impactante filosofía corporal de este gigante de la escena, dramáticamente señalado con el estigma de quienes deciden inmolarse en el fuego lento de su propia pasión.


Fotografía
Ryszard Cieślak como Ciemny, el Mesías rechazado y ridiculizado, en Apocalypsis cum figuris (c.1979), de Jerzy Grotowski. Foto de Maurizio Buscarino.

Recomendamos

- Cieslak. Número especial en homenaje. En Máscara: cuaderno iberoamericano de reflexión sobre escenología. Año 4, no. 16 (México, D.F.; ene. 1994). 


- Ryszard Cieslak, acteur-emblème des années soixante (Georges Banu, compilador). Actes sud-Papiers ; Académie expérimentale des théâtres. París, julio, 1993.


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Videos. Ryszard Cieślak, maestro:

I



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III